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La vida aérea de unos pocos

abril 28, 2010

Por Daniel Goya

El hombre era incapaz de volar y es por eso que hoy puede. El desafío de lo imposible, de lo prohibido, de lo negado es lo que mueve a la humanidad. Conseguir lo que otros no logran es siempre la meta. Volar es ver el mundo con los ojos de un dios, es serle infiel a la gravedad y sonreírle desde lo más alto, es burlarse de las reglas y así ser un poco más libres. Volar, sin duda, es un acto de rebeldía.

Me estoy colocando el casco y todavía me pregunto si funcionará, si me convertiré en una de esas personas que siempre he visto desde abajo. Llenas de colores y diminutas, que recorren el cielo limeño como si fueran los dueños de todo. Llevo una indumentaria que invitaría a pensar que soy miembro de un escuadrón antiterrorista a punto de entrar en una misión, pero es en realidad el equipo habitual para todo aquel que va a volar en parapente.

“Cuando te diga, corres y cuando se acabe el camino levantas las piernas”, me dice el piloto a quien le he confiado mi vida. Para empezar a volar en parapente es necesario arrojarse al vacío y esperar que la física haga su trabajo, por eso volar demanda más confianza que valentía.
Llegó el momento. Corro muy rápido, como si supiera lo que va a pasar. Puedo ver el mar y el vacío a unos metros, me dejo llevar y levanto las piernas. Por un segundo creo que estoy loco, que me despertaré de un sueño cayéndome de mi cama, que no lo lograré. Pero antes de que termine de completar cualquier idea siento cómo me elevo y empiezo a volar por primera vez.

GENTE VOLADORA
En Miraflores, concretamente en el parque Ricardo Palma, a solo unos metros del Parque del Amor, tienen su refugio cerca de 20 hombres que vuelan y viven del vuelo. Son parapentistas, amigos del aire, pilotos de sueños, conductores que no conocen el tráfico ni el caos. Porque desde el cielo todo es mejor.
Max León es uno de esos parapentistas. Se enteró de esta actividad por televisión, hace casi 20 años. “Me quedé maravillado por lo que vi y decidí aprender. La primera vez que volé fue en Arequipa y fue tal mi sensación y euforia que no pude dormir en la noche. Desde esa vez, hay ocasiones en las que sueño que vuelo”.
León vive de volar. Es instructor de parapente y realiza vuelos tándem, los que se hacen con una persona más, y realiza tours alrededor del Perú con turistas que además de conocer las maravillas del Cusco, Ayacucho y Huancayo, también quieren sobrevolar sus cielos.

Los pilotos del parque Ricardo Palma son en muchos casos profesionales que dejaron sus trabajos de oficina con saco y corbata, para dedicarse exclusivamente al negocio que puede dar el parapente. Max León me comenta que cada piloto hace en promedio entre 10 y 14 vuelos diarios y la tarifa por cada vuelo es de 150 soles. Saquen su cuenta.
El principal público que llega al parque en busca de un paseo por el cielo de Lima es extranjero. Son muy pocos los nacionales que se animan a pagar la tarifa y convertirse en turistas se su propio firmamento. “De cada 10 pasajeros, 9 son turistas, por eso los pilotos hablamos inglés, para poder comunicarnos con ellos”, cuenta Max.

FLOTAR Y HACER FOTOS
Cuando un amigo parapentista invitó a volar a la fotógrafa Evelyn Merino-Reyna, le hizo una propuesta que cambiaría para siempre su vida: “si quieres trae tu cámara, la amarras fuerte y listo”, le dijo. Evelyn aceptó con algo de miedo por la posibilidad de que su cámara caiga y se parta en mil pedazos. Pero eso no sucedió y a partir de ese día la fotógrafa descubrió un nuevo universo por registrar.
“Es una sensación maravillosa, flotar y hacer fotos. Es un mundo nuevo, paralelo. Cambia muchísimo todo desde arriba, todo se ve lindo, armonioso, inclusive el caos se ve organizado. Pienso que la perspectiva aérea hace que veas la ciudad como un lugar nuevo, hace que prestes atención a lo cotidiano y a lo común, ya que todo vuelve a ser novedoso”, explica Evelyn.

Un parapente viaja a la velocidad promedio de 50 kilómetros por hora. Con esa rapidez de movimiento la fotografía se torna más instintiva que analítica. No hay mucho tiempo para pensar y ensayar una idea. El resultado casi siempre es una sorpresa.

“Es lo increíble de volar, que desaparecen por completo las ideas. Estás tan ido en lo que ves, que no tienes tiempo de analizar nada, ni siquiera de pensar. El análisis recién comienza cuando descargo las imágenes en la computadora y me pongo a verlas. Recién allí las estudio y surgen las ideas”, comenta la fotógrafa voladora.

Evelyn Merino-Reyna se ha topado con cosas curiosas, propias de alguien que espía desde solo metros a una ventana del piso 20 de un edificio. Desde gente que la miraba con sorpresa hasta personas desnudas que no pensaban que alguien podría verlas. Y tantas experiencias y fotos y miradas, y sorpresas y vistas e ideas no podían quedarse solo en un archivo de computadora. Por eso Evelyn está preparando un libro para mostrar a los limeños cómo se ve su ciudad desde arriba.

“Es un ensayo de fotografías aéreas que lleva más de 4 años y probablemente continúe siempre. Se ha convertido en un vicio sano. Lo estoy preparando para este año y espero que pueda enseñar la ciudad desde una nueva e interesante perspectiva”.

Mis piernas cuelgan. Todo se ve muy pequeño. Paso entre los edificios y puedo ver las calles como nunca imaginé. Quiero verlo todo, recordar cada sensación, cada instante en mi memoria. Estoy volando, pero no hay tiempo para ponerme a pensar en eso, quiero disfrutarlo simplemente. Vuelo encima del mar, encima de la costa verde, encima de todo. Soy yo quien está arriba, me elevo y viajo como el hombre soñó desde que vio por primera vez un ave.

Tras el aterrizaje siento que necesito ordenar mis ideas, mis emociones. Debo recuperar el control, porque volar es la libertad extrema, la rebeldía desafiante. Es tener el mundo a tus pies por unos minutos. Y para que eso no te raye, debes pisar tierra.

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